sábado, 24 de enero de 2009

Alonso Núñez Núñez (Chiclana de la Frontera, 1945),hijo de Manuel Orillito y hermano de Orillo, hace un cante puro, jondísimo, con esa voz suya afillá que tan bien suena a los buenos aficionados. Heredero de una tradición flamenca incontestable y fiel a las esencias más genuinas del cante gaditano, su voz se nos antoja como un diamante en bruto, desnudo de adornos y barroquismos, que transmite y comunica con sinceridad la tragedia y la fiesta que atesora el acervo flamenco gaditano. Domina desde la soleá a la seguiriya, pasando por los tangos y la Malagueña de El Mellizo.

Nieto de una cantaora de culto para los gitanos viejos de la bahía de Cádiz, La Obispa, el cante de Rancapino recoge las mejores esencias de su tierra.

Siguiendo el ejemplo de Caracol («el cante no es para sordos»), huye del grito,
busca el pellizco, acaricia los tercios por alegrías y es el rey flamenco de los tonos bajos.

Su nombre de hidalgo medieval, Alonso Núñez Núñez, concuerda con la dimensión literaria de este personaje, artista singular que narra los sinsabores de su infancia y adolescencia con un insólito talento tragicómico. Pocos viven ya el flamenco como él. Parafraseando al gran Manolito de María, cuando Rancapino canta, se acuerda de lo que ha vivido.

Rancapino es uno de los cantaores favoritos de la afición flamenca madrileña. Y hay sobrados motivos para que el chiclanero lo haya conseguido: su rancio eco es una joya en estos tiempos. Artista de artistas desde niño, el reconocimiento popular le ha llegado algo tardíamente, pero, desde hace más de una década, cada visita que nos hace se convierte en un acontecimiento.

Llegó a Madrid con sólo 17 años -hace alrededor de 45-, para sondear el ambiente flamenco que se vivía por aquí e intentar buscarse la vida. Era la época dorada de los tablaos y enseguida encontró trabajo. Se presentó en Torres Bermejas, cantó el Carcelero de Caracol y el propietario de la sala quedó inmediatamente fascinado por aquella voz gitana del sur. Sus correrías nocturnas, compartiendo duende, cariño y un plato de pollo con Fernanda y Bernarda de Utrera, Camarón y otras figuras, son una inagotable fuente de anécdotas.


Reconoce dos magisterios fundamentales en su cante: el de Aurelio de Cádiz desde el punto de vista estilístico, y el de Manolo Caracol en el aspecto afectivo, pues a este le ha considerado siempre "el mejor cantaor que ha tenío el flamenco".

Viva Japón y Chiclana.

Ahí lo tienen, en la Gran Vía. Imposible cantar mejor y con gesto de más verdad. Alonso Núñez, Rancapino, es el cantaor más en forma del momento. Cada vez que aparece, y lo hace mucho últimamente, arma el taco. A los 63 años, este gitano de Chiclana de la Frontera ha ocupado finalmente su lugar. Primero vivió a la sombra de su primo y amigo José, Camarón de la Isla; después se fue a Japón en busca de yenes con que llenar la buchaca. Ahora, de la mano del intelectual Manuel Arroyo (que ha editado un magnífico disco que rompe 20 años de silencio), del pintor Miquel Barceló (que ha diseñado la portada) y de la guitarra del renacido Paco Cepero, Rancapino ha dejado el círculo de los iniciados para saltar a la arena del éxito. Lo ha hecho desde esa simplicidad compleja que duerme en el cariño a la pureza, el amor al cante con faltas de ortografía, como él dice, y el respeto a maestros como Aurelio, Caracol o el inefable Manolito de María, del que Ranca borda unas bulerías llenas de marcha y anticlericalismo.

Comentario: Aunque la discografía de Rancapino es corta, su cante es un cante largo. Hoy por hoy es el cantaor más puro que expresa los palos con más corazón que nadie.

Los cantes de Cádiz no hay otro que los haga mejor que él.

R aiz gitana y pura,
A ire de Cai y los puertos,
N aciste de la jondura
C ompás del mejor maestro,
A urelio Sellés te dio
P ura lección de sabiduría
I nquieto y siempre presto,
N unca lo puro olvidas...
O rgullo de la Chiclana mía.




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